Esperando

A lo lejos, una casa pequeña, cálida y humilde se encuentra encajada entre los verdes árboles y la tierra húmeda, viva por las lluvias. Una ventana abierta permite que el viento se cuele como un ladrón, acariciando las cortinas con la gentileza de una mentira bien dicha. El sol de la mañana se asoma, impertinente, mientras me acerco con la mirada de quien ha visto demasiado. El tul blanco se mueve, delineando una silueta que la luz natural revela con brutal honestidad. Es la tristeza, encerrada, sentada a los pies de la cama mientras todos los malditos duermen. Ella mira el vacío en el suelo, sin sentir nada más que el peso de todo lo que le han arrebatado. Vacía, sola, rodeada de gente ciega que respira al ritmo de su ignorancia. Nadie la ve, nadie la siente, nadie tiene la más mínima idea de que está ahí, deseando dejar de ser ese dolor.

Sus muñecas descubiertas revelan la fragilidad de su piel delgada. Las venas dibujan caminos que no siempre llevan a un hogar; cuando piensas que estás en él, es una casa pero no un hogar. Entonces quieres que esos caminos se vuelvan ríos para arrastrar todo ese pesar. En el silencio, en lo profundo, el fuego rojo zumbando bajo esa tierra húmeda se oculta esperando a que decidas, para recordarte por la eternidad por qué te permitiste crear esos ríos sin necesidad de despertar a nadie que te detenga ni tampoco el de cruzar esa puerta, sabiendo que al hacerlo más que escapar de ahí estarías encerrada en ese lugar para siempre.




Comentarios

Entradas populares