El Sonido Del Viento En La Arena.

El cielo aquí no es como en la ciudad. La luz vibra de una manera distinta, más densa, más antigua. A veces parece un susurro en el aire caliente, otras un murmullo enterrado bajo la arena. En Caleta Vidal, el viento no solo sopla, sino que cuenta historias. Historias que no sé si alguien inventó o si siempre han estado aquí, esperando ser escuchadas.


Siempre he sentido que pertenezco a este lugar. No en el sentido lógico, sino de una forma más profunda, más extraña. Como si algo en su tierra seca, en el mar que golpea la orilla con la misma fuerza de siempre—me hablara en un idioma que nunca aprendí, pero que de alguna manera entiendo.



Las generaciones pasaron y los lazos con esta tierra nunca se rompieron. El Fundo San Nicolás fue testigo de encuentros, de silencios, de vidas que se cruzaron sin saber que estaban trazando un camino imposible de deshacer. No importa cuántos nombres hayan cambiado, cuántas casas hayan caído bajo el sol. Algo nos mantiene aquí. Algo nos ata a este paisaje.


El arte fue parte de todo eso. Desde el principio.


Pienso en las manos que moldearon el barro siglos atrás, en las figuras que nacieron de la tierra. Ojos alargados. Sombras pintadas en las piedras. Huellas de una memoria que sigue respirando entre los cerros. Y luego están mis manos, hundiéndose en la arcilla, creando formas que parecen surgir por sí solas. Como si siempre hubieran estado ahí, dormidas, esperando ser despertadas.


El mar de Caleta Vidal no es solo mar. Es un umbral. Una frontera. Un espejo en el que las nubes se desdibujan y la línea entre lo real y lo que soñamos se vuelve borrosa. La luz de del atardecer lo baña todo con un resplandor dorado, pero cuando la noche cae, el viento trae otros sonidos.


Miro esta fotografía y el tiempo se dobla. Estoy aquí. He estado aquí antes. Estaré aquí después.


El desierto no olvida. La tierra no suelta.


Y yo, de alguna manera, sigo siendo parte de esto.


Pertenencia.


PGM.

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