Veneno En Tu Corazón.

Hacía un calor infernal en Barranco, yo salía hacia el Boulevard para atender una llamada, me apoyé en el auto estacionado fuera y respirar algo de aire. En ese momento veía salir a uno de mi grupo con una chica caminando hacia el lado más oscuro de la calle.

Imaginando que iba a pasar volví la mirada al teléfono, y en el mismo instante un grito se oyó. Volteé la mirada hacia David y la chica que acompañaba, una tercera mujer, la que había gritado de forma inadvertida era Lorena; no pude quitar la vista y menos reaccionar, sentía como si un trueno me cayera en la cervical. Lo hubiera dejado solo de no ser porque lo conocía, caminé hacia ellos a la misma velocidad que ella se les acercaba, tenía que evitar que maten a David. Ella me daba la espalda mientras se lo comía vivo por meterse con su amiga, muy disgustada, el carácter de siempre. Traté de llamar su atención con alguna ocurrencia, volteó hacia mí con una mirada desafiante, como a la gata la cual ocupas su territorio. Me pudo reconocer una fracción y media más de lo normal, sus pupilas se dilataron y el fruncido entre sus cejas se iba desvaneciendo. - ¿Gabriel? – diciéndolo como en susurro, algo que solo yo podría escuchar con claridad. Me acerqué a ella saboreando los malos recuerdos que tuvimos en mi mente así mi boca amarga solo hablaría. Ella no debería estar en el mismo lugar que yo, nunca más. Mi sangre es fría y así se debería quedar. - Justo estábamos por irnos – dije con una sonrisa tan hipócrita que hasta la persona más plástica se ofendería. - Pero... ¿cómo estás? – me preguntó ella aún sin reaccionar, yo solo pensaba en huir, el quedarme y verla era demasiado, simplemente no quería saber más. Cogí al casanova por el cuello de la casaca y me fui, como si no la hubiera escuchado. 

Al día siguiente me encontraba en casa, ya era mediodía y yo salía de la ducha pensando que así su imagen saldría de mi cabeza, pero no lo logré. Era como si cada vez que parpadeaban mis ojos una diapositiva cambiaba de alguna imagen de recuerdo. A las dos horas me encontraba comiendo lasaña de supermercado y algo de beber, escuchando algo de jazz para seguir ocupando mi mente, mi teléfono zumbaba al filo de la mesa, era Lorena diciéndome que se encontraba al otro lado de la puerta del departamento. No podía huir de ahí, ella sabía que yo estaba dentro, ella sabe más de mí que yo mismo. No lo pensé más, no me conviene pensar en nada y la dejé entrar. - Hola – con voz gentil. - Pasa por favor, siéntate. Tengo una botella de vino helado abierta. - Si, gracias. El calor es demasiado – al verla a los ojos sentía aun un golpe en el pecho, no debió haber venido, mi masoquismo es adictivo, no hay mejor narcótico que el mismo dolor, el físico es para niños, acuchillarme el alma me hacía un Dios. Dejaré que el tiempo y el alcohol hagan lo suyo. La puerta a la vez cerró a mis espaldas. Tres horas más tarde; unas copas más de vino blanco mientras me hablaba de ella, sus palabras sabían a caramelo y yo le contaba lo que podía contar de mí.

Ella entonces miró fijamente hacia un lado de la sala. - ¿Por qué hay un lienzo vacío colgado en tu pared? – Como si tratara de encontrarle un porque a todo, hablar de esto se me hace familiar. – Es porque busco darle un motivo especial a este lienzo cuando lo pinte. – ¿Has vuelto a pintar? Pensé que ahora solo tomas fotos. – me preguntó con curiosidad. – Bueno, las fotos que tomo son las que ves alrededor tuyo, pero mis pinturas las he puesto en el corredor y en la habitación, ya no las muestro como antes. Tienen otro significado para mí. – ¡Quiero verlos! – Me dijo encantada. Ese brillo en sus ojos fue lo que mató el no que tenía yo como respuesta. Se acercó a verlos uno a uno con la copa en la mano, yo la seguía mientras observaba las pinturas con una serenidad agradable. Podía aceptar el hecho de que tenía el arte para actuar como si nunca hubiera pasado nada, algo que yo echaba a perder cuando ella estaba presente. Después de observar su alrededor se sentó al ras de mi cama y me dijo – ¿Qué sientes cuando pintas? – La luz del exterior iba cambiando de tonalidad. Perdiendo la mirada trataba de explicarle todo lo que yo podía sentir cuando hacia una pintura. La sensación indescriptible de plasmar jirones de tu alma en un lienzo para siempre, era como las fotografías que yo tomaba, solo que eran parte de mí. – Píntame a mí – dijo ella mientras dejaba la copa de vino a medias a un lado acercándose lentamente. 

En ese momento el tiempo se congeló, nuestra respiración ya no se oía, nuestras miradas fueron más que suficientes. Ella sabía que en el fondo aun la deseaba y dejó que me acercara un poco más. El atardecer entraba por la ventana sin invitación; hojas negras, espinas y flores rojas iban tomando forma sobre su piel. Mis manos eran el pincel necesario, su cuerpo el lienzo perfecto para mí. En eso giró hacia mí para quitarme la camisa, cogió el pincel que yo sostenía en la mano y pintando mi pecho formaba palabras diciendo lo mucho que me necesitaba. Sus ojos luchaban contra los míos como una guerra a muerte, su perfume me empujaba hacia ella como algo incontrolable. – Cúbreme de besos – me decía. – El frío no está en el viento sino dentro de mí, estoy cansada de todo. Una lágrima dibujaba en su mejilla la tristeza que había dentro del alma. Besé aquella lágrima en su rostro, ella alzó su mirada y sonrió con el temor sobre sus labios. – ¿No debí venir, verdad? – preguntó en voz baja – No debiste existir – le respondí, y ella me besó. 

La oscuridad nos cubría. Entre sabanas cubiertas de pintura, sus labios volvían a ser mi vicio más peligroso y su cuerpo mi obsesión. Ella era mi lienzo y yo el fuego que consumía sus fibras. Pinté cada parte de ella con mi alma hasta el amanecer, hasta caer rendida sobre mí. Ella desaparecería por la mañana. Yo lo sé.
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Poison heart - Depeche Mode.

Comentarios

dhk ha dicho que…
No había leído este...se acaba de convertir en el que mas me gusta

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